Torreciudad, Loreto, Montserrat, Chipiona, Guadalupe, Atocha, Solsona, Peña de Francia…y así otros muchos lugares tiene algo en común, sus Vírgenes son de color negro, o mejor dicho, están hechas de materiales oscuros, negros. No es un hecho insólito, o una rareza, las tallas de la Virgen de color negro se extienden por toda Europa, desde Mont-Saint-Michel hasta Czestochowa por establecer unos límites conocidos.
Hay quien afrma que existen tallas auténticas y tallas falsas, asociando a las primeras unas características de naturaleza diversa y vinculándolas a los Templarios. Al parecer también las hubo ennegrecidas ante la ausencia de materiales negros, especialmente de maderas negras.
Ocasionalmente las hay más antiguas y más modernas, pero la mayoría se corresponden con los siglos XI a XIII, y sus razones existen, como luego veremos.
¿Sincretismo ó adhesión? Dejémoslo en lo primero, aunque poco importe dada la importancia del mensaje que contienen.
Convengamos que un terruño de color oscuro nos da una idea de fertilidad mayor que un terruño de otro color, y si se apura, cuanto más oscuro, quizás más fértil y más fecundo, su consecuencia es que tal mayor fecundidad nos proporcionará un mayor bienestar.
Esta asociación de ideas negro-fertilidad-fecundidad-bienestar no es una ocurrencia nueva, de hecho se remonta a la prehistoria y ha dado lugar a que en todas las grandes religiones de todos los continentes se haya adorado a la Gran Diosa Tierra ó a sus equivalentes, desde los preceltas hasta la mismísima mitología romana en la que se puede encontrar a nuestra estimada Cibeles ocasionalmente representada de color negro.
Hay más, hay una concepción cosmogónica en la que la fertilidad y fecundidad de la tierra no es más que el resultado de la unión de la Gran Madre Tierra, de color negro, con el Gran Dios Sol, masculino y rubio. Quizás debamos enlazar esa idea con los luminosos y brillantes aros con los que buena parte de las Vírgenes Negras mencionadas adornan su alrededor, y quizás debamos también comprender por ello por qué en las religiones que adoraban a la Madre tierra, como los celtas, no falte la representación del dios sol.
Y, de hecho, parece que “los tiros” vienen por ahí. Cuando Bernardo de Claraval lee y medita el mensaje apocalíptico: “Una mujer revestida de sol”, decide potenciar el culto a la Virgen Negra, quien por la acción de Dios dará a luz a un hijo, también Dios, gracias al cual se regenerará la humanidad y se salvará. Y lo consigue, con Templarios o sin ellos, de pronto aparece a finales del siglo XI, quizás ya en el XII, después de la Segunda Cruzada, la predicada por él mismo, la gran profusión de Vírgenes Negras, más o menos encontradas y con frecuencia adoradas en lugares crípticos de entorno coincidente con esa idea de fecundidad. Es un acontecimiento que dura hasta el siglo XIII con ocasionales seguimientos posteriores.
Y claro, los alquimistas no podían ser menos, no podían abandonar una idea de tanta tradición y contenido, y lo aprovechan. Para los alquimistas es negro el color de la “materia primordial” imprescindible para la generación de su “piedra filosofal”.