INTRODUCCIÓN A LA ICONOGRAFÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO Y SUS GRANDES CICLOS EN LA EDAD MEDIA DE OCCIDENTE. Parte I: INTRODUCCION
por Fernando Villaseñor Sebastián (CR) |
Después del Diluvio. Pentatuco de Ashburnham
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RESUMEN DEL ARTÍCULO:
El Antiguo Testamento es la primera parte de la Biblia. Se trata de un conjunto de libros de distinta naturaleza que narran la Historia del Pueblo de Israel desde la Creación de Mundo, el Hombre y el Pecado Original hasta la llegada de Jesucristo del que se ocupa el Nuevo Testamento. Para los judíos constituye la Revelación Divina hecha a un Pueblo que siente como Dios está presente en su historia. Para los cristianos se trata de un conjunto de prefiguraciones que anuncian la llegada de Cristo, Mesías Salvador, en quien Dios culmina su plan salvífico de la humanidad. Estos conceptos impregnan el mundo medieval, que gira en torno a la religión. Por haber sido compuesto en el Mediterraneo Oriental, el Antiguo Testamento transluce la influencia de las principales culturas que ocuparon esta zona geográfica recibiendo préstamos egipcios, babilónicos, persas y, finalmente, tomados del paganismo grecorromano. Los principales ciclos iconográficos del Antiguo Testamento, agrupados en torno a seis categorías fundamentales -La Creación del Mundo; El Pecado y los Castigos; Los Patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob y José; El Éxodo y los Caudillos: Moisés y Josué; Jueces, Reyes y Profetas; El destierro de Israel- impregnarán gran parte del arte medieval con su particular interpretación de las diferentes leyendas inspiradas en las fuentes bíblicas.
1. Introducción
El término iconografía, que aparece impreso por primera vez en 1701, en el Dictionaire de Furetiére, se refiere exclusivamente a la descripción de las imágenes si se atiende a su etimología, al componerse de los vocablos griegos eikon (imagen) y graphein (descripción). Sin embargo, el iconógrafo pretende no sólo describir las imágenes sino clasificarlas e interpretarlas para lo que se sirve de la iconología o ciencia de las imágenes (Réau, 2000: 13).
La iconografía religiosa, y más concretamente la del Antiguo Testamento –referida a aquellos episodios de la Historia del Pueblo de Israel que preceden al nacimiento de Cristo-, impregna toda la Edad Media ya que, desde un primer momento, las escenas referidas a momentos veterotestamentarios se interpretaron como prefiguraciones de Cristo y la Salvación que, a través del mismo, Dios proporciona a los hombres, eje fundamental de la cultura medieval.
2. El Antiguo Testamento en la Biblia judeo-cristiana
El judaísmo, cristianismo e islamismo constituyen las llamadas religiones de libro, a saber porque fundamentan sus dogmas principales en sus tres libros sagrados: La Torah, La Biblia y El Corán. La palabra Biblia, tiene un origen griego y significa “los libros”, tratándose de una recopilación de libros de distinta índole y, por tanto, más que de un libro, de una Biblioteca. La Biblia se compone de dos partes de desigual extensión: Antiguo y Nuevo Testamento; presentadas ambas como inspiración divina, pero cada una de ellas por dos personas diferentes de la Trinidad: La primera por Yavé, el Padre eterno y la segunda por su Hijo, Cristo encarnado. La Biblia judeo-cristiana se distingue claramente del Corán de los musulmanes, donde Mahoma es el único portavoz del Dios único: Alá.
El término testamento, procede de la traducción al latín que hizo Tertuliano de la palabra griega diathêké, que significa el “acuerdo”, aludiendo a la alianza de Dios con el pueblo Hebreo. Ambos testamentos, Antiguo y Nuevo, se componen de una serie de libros canónicos, esto es, admitidos por la doctrina cristiana, de inspiración divina. No obstante, éstos se completaron con numerosos escritos apócrifos (del griego apokryphos, “oculto”) de sospechosa autenticidad, que la iglesia no considera de inspiración divina y, por lo tanto, no comprometen a la fe, aunque tuvieron en la iconografía casi tanta influencia como el canon, al aportar a los artistas detalles con los que completar y enriquecer sus representaciones. Las imágenes medievales que representan las escenas alusivas a las historias narradas en el Antiguo Testamento –tanto en sus Libros Canónicos como Apócrifos- son el objeto del presente estudio (Réau, 2000: 39-41).
2.1. Libros canónicos
La Biblia hebrea, que relata la creación del mundo y la historia del pueblo de Israel anterior al nacimiento de Jesús, permite una clasificación en tres categorías de libros, propuesta en primer lugar por San Jerónimo y adoptada posteriormente por Santo Tomás de Aquino: Lege o Ley, Prophetis o profetas y Hagiographis o hagiográficos (Esteban Lorente, 1998: 13)
La ley (en hebreo, Torah y en griego nomos) comprende los cinco libros atribuidos a Moisés y designados con el nombre griego de Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. De estos cinco libros, cuatro se conocen con el nombre griego popularizado por la versión griega de los setenta. El Génesis (Génesis Kosmou) relata el nacimiento del Mundo, el Éxodo (Éxodos Aigyptou), la salida de los judíos de Egipto. El Levítico (Levítikos) contiene la legislación relativa a la casta de los levitas, del clero. El Deuteronomio (Deuteronomos), que significa en griego “la segunda ley”, se trata de un complemento a la ley. Solamente, el Libro de los Números (Numeri), consagrado al censo de Israel, no conservó su título griego de Arithmoi.
El segundo grupo son Los profetas (en hebreo, Nebyim). Dentro de esta categoría, se podrían distinguir los Libros Históricos (Reyes, Crónicas, Esdras, Nehemias, Tobias y Esther, Josué y Jueces) y Proféticos (Profetas Mayores: Isaías, Jeremias, Ezequiel y Daniel; y Profetas menores: Baruc, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas, Nahum, Habacub, Sofonias, Ageo, Zacarias y Malaquias).
Finalmente, los hagiográficos (en hebreo, Ketoubim), agrupan libros heterogéneos, no pertenecientes a la ley ni a los profetas. Sin embargo, puede concedérseles la categoría de sapienciales por contener alguna enseñanza. Estos serían el Libro de la Sabiduría, el Cantar de los Cantares, Proverbios, Salmos y Job.
2.2. Libros apócrifos
Por apócrifos del Antiguo Testamento se entiende los Libros o partes de libros no canónicos que se encuentran en la versión griega de los setenta o en la Vulgata latina, pero que nunca han formado parte del canon hebreo. A esta categoría pertenecen los Libros de Tobías y de Judit, las Adiciones a los Libros de Ester y de Daniel y los Libros de los Macabeos.
Para los católicos, estos Libros añadidos al canon hebreo tienen derecho a figurar en la Biblia en un segundo plano con el nombre de deuterocanónicos (Réau, 2000: 44)
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3. Herencia de Oriente, Grecia y Roma
La religión como fenómeno histórico creada en una época y en un medio determinados no puede aislarse en el espacio ni en el tiempo. Recibe las creencias anteriores, de las que es heredera, y de las civilizaciones que la rodearon. De este modo, el Cristianismo procede no sólo de la religión judía que lo engendró sino de todas las religiones anteriores de la cuenca oriental del Mediterráneo y Oriente Próximo.
La religión judeo-cristiana nació en Palestina. Ahora bien, Palestina –o Filistina (país de los filesteos)– es geográficamente una “marca” que sirvió a veces de unión y otras de campo de Batalla a los imperios de Egipto y Babilonia. Esta penetración era tanto más inevitable cuanto que judíos, egipcios y asirios pertenecían a la misma raza semítica y que, al menos en dos ocasiones, estuvieron subyugados por sus vecinos del sur y del este: a la esclavitud de Egipto continuó la cautividad de Babilonia.
A esta influencia fundamental de las antiguas civilizaciones de Oriente se añadió la de los griegos y, más tarde, la de los romanos. Palestina y la vecina Siria son países mediterráneos en contacto con la civilización grecorromana. Palestina fue helenizada después de las conquistas de Alejandro y administrada posteriormente por un procurador romano. Elaborado en el Oriente helenizado, en Jerusalén y en Antioquia, el cristianismo se difundió desde Roma.
Las influencias extranjeras ejercidas sobre la religión y la iconografía judeo-cristiana han de reducirse a dos fuentes esenciales: Oriente y el mundo grecorromano (Réau, 2000: 57-65).
3.1. Préstamos orientales
Las tres grandes civilizaciones del Oriente Próximo –Egipto, Asiria y Persia- ejercieron su influencia sobre el Cristianismo y su iconografía en diferentes aspectos. La religión egipcia, esencialmente funeraria, determinó las creencias escatológicas. Persia influyó en la angelología y demonología y Asiria en la cosmología.
3.1.1. Influencia egipcia
De Egipto brotan las fuentes más antiguas de la Biblia y, por tanto, de la iconografía cristiana.
Los hebreos se establecieron durante varios siglos en el delta del Nilo, desde José, el hijo del patriarca Jacob ascendido a ministro del faraón, hasta Moisés, quien los arrancó de la esclavitud y los condujo a la Tierra Prometida. Después del Éxodo, en torno a 1225 a. C., las relaciones culturales y comerciales fueron muy activas entre Egipto y el litoral fenicio de Palestina, sobre todo por via marítima.
Según ciertos orientalistas o comparativistas alemanes, el yavismo sería una trasposición judaica de la mitología egipcia. El propio Yavé sería un Osiris hebreo. En cuanto a Moisés es asimilado a Thot, legislador y mago. El Becerro de Oro, levantado por Aarón al pie del Sinaí, es un recuerdo del buen Apis. El Arca de la Alianza no es más que la copia de la navecilla que los egipcios llevaban en la barca sagrada de Amón durante las procesiones. Otro tanto se puede decir de la ley mosaica: la circuncisión, por ejemplo, es una práctica utilitaria tomada de los egipcios. Los ornamentos rituales de los grandes sacerdotes y de los levitas tienen también un origen egipcio.
3.1.2. Influencia babilónica
Asiria es el segundo de los grandes imperios que los isrelitas entraron en contacto. El patriarca Abraham venía de Ur de Caldea. En el siglo VI a. C. los judíos fueron deportados a Babilonia, a orillas del Eúfrates, donde vivieron largos años en cautividad. Estas circunstancias históricas explican que los judíos hayan tomado de Babilonia gran parte de sus creencias sobre los orígenes del mundo.
Los mitos babilónicos desempeñaron un papel capital en la formación de la cosmología hebrea. El Génesis atribuido a Moisés es, en el fondo, mucho más babilónico que judaico, pues se elaboró en las orillas del Eúfrates y no en las del Jordán.
1. La historia de la Creación, con el Paraíso o Edén concebido como un jardín real custodiado por los querubines, sólo pudo haber nacido en Mesopotamia.
2. La tradición del Diluvio, constituye un recuerdo evidente de las inundaciones del Eúfrates. Los desbordamientos del Jordán nunca fueron catastróficos. El Arca de Noé embarranca en la cima del monte Ararat, en Armenia y no en Judea.
Igualmente, en 1872 se descubrió, en la biblioteca de terracotas de Asurbanipal, un texto cuneiforme que constituye la fuente literaria del relato del Génesis.
Enfurecidos, los dioses deciden inundar la tierra. El dios Ea previene a Utnapishtim para que construya una gran nave de ciento treinta codos de alto, y hace embarcar en ella a su familia y a su ganado. La calamidad dura seis días y seis noches. Al alba del séptimo día, el viento se apacigua, el mar se calma, todo el universo no es más que un inmenso lodazal. El barco encalla en la cima del monte Nitsir, única tierra que emergía de las aguas. Utnapishtim suelta una paloma y una golondrina, pero vuelven al no haber encontrado lugar donde posarse. Entonces sale el mismo de su arca y ofrece un sacrificio para apaciguar a los dioses.
3. La Torre de Babel tiene la misma patria que el Diluvio. Los monumentos arquitectónicos que excitaron la imaginación de los hebreos, antes o después de la cautividad de Babilonia, fueron los zigurats o torres-santuario, una especie de montañas que para los habitantes de la llanura mesopotámica sustituían a los altos lugares de Armenia, de donde habían descendido los sumerios. Se trataba de pirámides de ladrillo, cuyos pisos escalonados se comunicaban por medio de escaleras, coronadas por un templo de ladrillos esmaltados de azul, que servía a la vez de lugar de culto, de observatorio astrológico y de atalaya. Los zigurats eran desconocidos en Palestina y debieron parecer a los hebreos exiliados, más que un homenaje, un desafío al poder divino. Nació así en su espíritu el mito de su torre elevada por el orgullo humano para provocar a Dios, quien le pone fin con la confusión de las lenguas.
4. El Pentateuco no es sólo una cosmogonía y una crónica del Éxodo, sino también un código y un ritual. El descubrimiento del Código de Hammurabi, grabado sobre una estela encontrada en Susa, permitió a los asiriólogos comprobar que el código de Moisés, escrito mucho más tarde, no es más que una transcripción de la Ley del Talión. De esta forma, las milenarias leyes de Caldea serían el fundamento y la fuente de la ley mosaica
3.1.3. Influencia del Mitraísmo y Mazdeismo
Sin ser comparable a la profunda influencia de las dos grandes civilizaciones del Nilo y el Eúfrates, también se manifiesta la acción de Persia sobre las creencias judías y cristianas.
Las huellas de la influencia mitraica son numerosas en el Antiguo Testamento. La palabra que designa el Paraíso es de origen persa y de ahí el Hom o Árbol de la Vida que se convirtió en Árbol de la ciencia del Génesis. Los bajorrelieves que representan a Mitra degollando un toro pudieron inspirar en cierta medida el grupo de Sansón luchando contra el león. La acción de los libros de Tobias y de Ester, que son unos cuentos procedentes de las mil y una noches, tienen lugar en Persia y el rey Asuero no es otro que Jerjes I, hijo de Dario I, quien reinó entre 488-465 a.C.
El mazdeismo persa se basa entre el dualismo entre Ahura Mazda, príncipe del Bien, y Ahriman, príncipe del Mal. El mundo es un campo de batalla donde luchan dos fuerzas opuestas. Este antagonismo se encuentra en la oposición admitida por la Biblia entre Dios, de donde emana toda la luz, y Satanás, príncipe de las tinieblas. La angelología y la demonología judaica llevan así la huella del mazdeísmo persa. No se pueden explicar de otra manera el mito de la lucha de los ángeles buenos y malos y la caída de los ángeles rebeldes, al igual que la tentación de Adán y Eva o la de Job, que se disputan Dios y el Demonio.
3.2. Préstamos del paganismo grecorromano
La deuda del cristianismo con el politeísmo grecorromano no es menos importante que sus préstamos con las religiones de Oriente.
Aunque el Antiguo Testamento, es ciertamente más oriental que helénico -y el Nuevo Testamento está más determinado por la civilización grecorromana-, se puede señalar en él, sin embargo, ciertas concordancias –que no son forzosamente préstamos- con la mitología griega. La serpiente de bronce de Moisés recuerda la serpiente de Esculapio. Sansón renueva contra los filisteos las proezas de Hércules; el profeta Elías se asemeja de manera singular, tanto por su nombre como por su leyenda, a Helios, dios del sol, que se eleva como aquel sobre un carro de fuego. En la leyenda de Jonás se ha querido encontrar el mito de Perseo liberando a Andrómeda y, de hecho, es en Jafa –donde el profeta se embarca para escapar a la orden de Yavé- donde Andrómeda fue expuesta y donde tuvo lugar el combate del héroe contra el monstruo marino.
A pesar de haber mostrado un aparente cuestionamiento de la originalidad exclusiva del Antiguo Testamento y precisar ciertos préstamos de las culturas con las que convivió el mundo judío y cristiano, se debe señalar que lo fundamental de este conjunto de Libros que narran la historia del Pueblo de Israel anterior al nacimiento de Cristo, es como todos ellos tratan de destacar la presencia de Dios guiando su historia. Este mensaje lo asimila el hombre medieval, esencialmente teocentrista, representando los principales episodios veterotestamentarios a través de distintos ciclos iconográficos que es preciso conocer.
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4. Los grandes ciclos iconográficos del Antiguo Testamento y su representación
4.1. La Creación del mundo
Conforme a la cosmogonía hebrea del Génesis, el primero de los cinco libros de la Torah o Pentateuco, atribuido a Moisés, Dios habría creado el mundo en seis días. Es por ello la creación se llama la obra de los seis días (Réau, 1996: 87).
Ésta rara vez se representa íntegramente en el arte de la Edad Media (Castiñeiras, 2002, pp. 35-50), ya sea por las dificultades de la traducción plástica, ya a consecuencia de la falta de concordancias prefigurativas entre los cinco primeros actos de la Creación y los hechos del Nuevo Testamento (Mentré, 1986: 125-134). Numerosas jornadas suelen estar condensadas en una sola, y el ciclo del Génesis comienza casi siempre con la Creación del Hombre (foto: Creación de Adán, Biblia de Ripoll, h. 1020 (Roma, Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. Lat. 5729, f. 5v).).
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No obstante, los mosaicos bizantinos (foto: Ciclo de la Creación, Cúpula de la Basílica de San Marcos (Venecia), antes de 1220.) (Diehl, 1928: 36) |
y los bajorrelieves de las grandes portadas ofrecen ciclos completos con alguna frecuencia, con más abundancia en catedrales góticas (foto: Creación de la Mujer, Santo Domingo de Soria, h. 1170.). |
4.2. El Pecado y los Castigos
La concepción cristiana de la historia universal y del destino humano se ordena en torno a dos hechos humanos esenciales junto a los cuales todos los demás parecen secundarios: el Pecado y la Redención, el Pecado original y la Gracia aportada por Cristo, hijo unigénito de Dios. La iconografía del Pecado Original comporta gran número de temas clasificados en diversas categorías. Adán y Eva en el Paraíso Terrenal ha sido representada con frecuencia en el arte de la Edad Media por razones dialécticas y prefigurativas. Cuando se representa La Tentación y el Pecado original, Adán y Eva casi siempre se sitúan simétricamente de pie a derecha e izquierda del árbol de la Ciencia del bien y del mal (foto El Pecado Original, Vera Cruz de Maderuelo (Sg) Museo del Prado (Madrid), c.1150.). |
Tras esto, ambos son castigados y expulsados del Paraíso (foto Expulsión del Paraíso, Biblia de Ripoll, h. 1020 (Roma, Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. Lat. 5729, f. 5v).). |
En el arte cristiano primitivo es Dios, personalmente, quien expulsa a los culpables (foto Expulsión del Paraíso, Marfil de la catedral de Salerno, s. XI.) (Grabar, 1979: 36-55); |
pero, a partir del siglo XIII se hace reemplazar por un ángel que ejecuta su sentencia y empuja a los delincuentes por los hombros (Mâle, 1922: 48). Ellos ocultan sus sexos con las manos, apoderándose, a veces, la muerte, de ambos culpables. |
Los dos primeros hijos de Adán y Eva, Caín y Abel, están frecuentemente representados en el arte de la Edad Media, siendo el asesinato de Abel uno de los episodios más prolíficos, debido a su carácter prefigurador de la muerte de Cristo en la cruz. También es el símbolo de la Felonía. En las Biblias moralizadas, Caín se asimila a Judas que entregó a su maestro Jesús a los judíos para crucificarlo (Mentré, 1990: 101-108).
De acuerdo con una leyenda popular en la Edad Media, Caín habría matado a Abel con una rama del árbol de la Ciencia. El instrumento homicida es ya una piedra, un bastón, un hacha (foto Caín mata a Abel, Basílica de San Marcos (Venecia), antes de 1220.), ya una herramienta de agricultor: hoz, azada, azadón, en alusión al oficio de Caín, pero generalmente es una quijada de asno, semejante a la empleada por Sansón para matar a los filisteos, porque la Edad de hierro comienza en el Génesis con Tubalcaín.
Para perpetuar la especie, ha de admitirse que Caín y Set, los únicos hijos supervivientes de Adán y Eva, se casaron con sus hermanas. Entre la extinción de la estirpe directa de Adán y de sus hijos Caín y Set y la instalación del patriarca Abraham en Palestina, se sitúan una serie de catástrofes desencadenadas por la cólera de Dios contra la humanidad orgullosa y culpable.
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Después de la expulsión del Paraíso, llega el Diluvio Universal al cual escapa sólo el justo Noe con su familia (foto Capitel Arca de Noé en Santa María de Alquézar (Hu) c.1070), |
el Incendio de Sodoma y Gomorra que perdona sólo a Lot y a sus dos hijas y finalmente la Caída de la torre de Babel, rascacielos babilónico cuyos arquitectos castigados por su temeridad (foto La torre de Babel, Basílica de San Marcos (Venecia), antes de 1220.), se dispersan a los cuatro vientos. |
4.3. Los Patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob y José
Aunque se conceda el título de patriarcas a todos los jefes de las tribus de Israel que precedieron a Moisés, esa palabra se aplica en sentido restringido, sobre todo a Abraham, Isaac y Jacob; caracterizados por el nomadismo, o trashumancia que les hace acampar en tiendas.
Abraham, originalmente llamado Abram, recibió su nombre de Dios a los noventa y nueve años de edad. Descendiente de Sem, hijo mayor de Noé, jefe de clan en Ur de Caldea, abandonó su patria con su mujer Sara y su sobrino Lot por orden de Dios, para dirigirse al país de Canaan. Separándose amistosamente de Lot lo liberó de sus enemigos. Después de su victoria, ofreció el diezmo de su botín a Melquisedec, rey sacerdote de Jerusalén, que le ofreció el pan y el vino. Sara, su mujer, estéril, introdujo en su lecho a Agar, su sirviente egipcia, que parió a Ismael. Pero después de la visita de tres ángeles enviados por Dios, Sara dio a su vez un hijo legítimo a su marido centenario: Isaac. Dios, para poner a prueba a Abraham, le ordenó entonces sacrificar a su hijo Isaac. Abraham obedeció, pero en el último momento, un ángel le hizo caer el cuchillo en las manos. Son estos episodios, el Encuentro con Melquisedec, la Recepción de los tres ángeles en el encinar de Mambré y el Sacrificio de Isaac los episodios más representados, al suponer los teólogos en ellos prefiguraciones o tipos de la vida de Cristo. (foto Capitel de Abraham y el sacrificio de Isaac. Catedral de San pedro. Portada Sur. Jaca. Huesca. c.1080)
Isaac, el segundo de los patriarcas de Israel, parece muy desdibujado entre Abraham y Jacob que tienen, uno y otro, mayor relieve. En los ciclos iconográficos del Génesis, se pasa frecuentemente, sin transición de Abraham a José; aunque uno de los episodios que representa la iconografía medieval suele ser su matrimonio con Rebeca, a quien él ni siquiera buscó, que le fue procurada por el viejo Eliécer; aunque, en su representación, los artistas prefieren atenerse a su preludio: el encuentro de Eliécer y Rebeca al borde del pozo (Friedmann, 1987: 5-17).
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Del matrimonio de Isaac con “Rebeca la bella (speciosa)” habían nacido dos gemelos Esaú y Jacob, cuya rivalidad es el principal resorte de su historia. Jacob, llamado Israel, después de su lucha con el ángel, compra a Esaú el derecho de primogenitura por un plato de lentejas. Con la complicidad de su madre, se hace pasar ante su padre ciego por su hermano y recibe de éste las bendiciones. No obstante, el rencor de su hermano le hace huir a Mesopotamia, a casa de su tio Labán a cuyo servicio está catorce años, quien en recompensa le da en matrimonio a sus dos hijas. Lia y Raquel. Con la primera, tendrá Jacob diez hijos: Ruben, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar y Zabulón, y con la segunda dos: José y Benjamín. Estos doce nombres darán origen a las doce tribus de Israel. El final de la vida de Jacob, está mezclado con la historia de su hijo José con el cual va a reunirse en Egipto, y a cuyos hijos, Efraim y Manases, bendice antes de morir. A pesar de que casi todos los episodios de su vida han sido ilustrados por el arte narrativo, el arte simbólico da una mayor importancia sobre todo a dos: el Sueño de la Escala celeste y la Lucha con el ángel.
Finalmente, José, el penúltimo de los hijos de Jacob, es vendido como esclavo por sus hermanos celosos y conducido a Egipto. Arrojado a la prisión por haber resistido virtuosamente las tentativas de la mujer de Putifar, sus dotes interpretativas de los sueños le hacen merecedor de los favores del todopoderoso faraón de Egipto. El prodigioso ascenso del hijo de Jacob promovido a “gran visir” era como para halagar el orgullo de un pequeño pueblo de pastores nómadas. Pero el considerable lugar que José tiene en el arte religioso se debe exclusivamente a que fue considerado muy temprano como una prefiguración de Cristo. La historia de José no figura en el repertorio del arte fúnebre de las catacumbas, pero la popularidad de su historia se documenta a partir del siglo V por la existencia de numerosos ciclos que se prolongan hasta el siglo XIX (Sureda Pons, 1982: 5-41). (foto José y el Faraón, Jacob y José, Biblia de Ripoll, h. 1020 (Roma, Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. Lat. 5729, f. 6v).)
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4.4. El Éxodo y los Caudillos: Moisés y Josué
Tras la Creación del Mundo, el Pecado y los Castigos y la Historia de los tres patriarcas y José, la segunda época de la historia de Israel, que los teólogos medievales definieron bajo el apartado Sub Lege (Bajo la ley), se extiende a partir de la vocación de Moisés hasta la encarnación del Mesías.
En el punto de partida se yergue la figura de Moisés (foto Moisés. Catacumbas de San Calixto (Roma), s. IV.), conductor del pueblo y legislador.
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Bajo su dirección las tribus de Israel emigran desde Egipto, donde fueron sometidos a la categoría de esclavos (foto La ciudad regia de Egipto, Biblia de Ripoll, h. 1020 (Roma, Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. Lat. 5729, f. 82).), |
pasan el mar Rojo y después de haber errado cuarenta años a través de los desiertos del Sinaí (foto Ciclo de Moisés y el pueblo de Israel. Portada de Santa María de Ripoll. (Gi) Segunda mitad del siglo XII), llegan a ver la Tierra Prometida. Josué acaba la obra de Moisés, atraviesa el Jordán en Jericó e instala a los israelitas en Palestina, el país de los Filisteos.
Moisés y Josué simbolizan, respectivamente, el Éxodo de Egipto y la Conquista de la Tierra Prometida. La salida del país de la esclavitud y la conquista de Palestina, constituyen lo que se llama el período heroíco de la historia de Israel, situado aproximadamente entre los siglo XV y XII a.C.
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La iconografía de Moisés ya está fijada en el arte judío del siglo III, como lo prueban los frescos de la Sinagoga de Dura Europos. El arte cristiano primitivo sólo retuvo un pequeño número de escenas de la leyenda (Bisconti, 2000: 70). No obstante, a partir del siglo V, aparecen en Roma ciclos más completos que se desarrollarán ampliamente durante toda la Edad Media (foto Moises, junto con Santiago en la Portada de Platerías. Santiago de Compostela (C), primer tercio S. XII). |
Los episodios más representados de Josué son el Paso del Jordán, la Caída de los muros de Jericó, la Toma de Hai (foto Ciudad de Ahi, Biblia de Ripoll, h. 1020 (Roma, Biblioteca Apostólica Vaticana, Vat. Lat. 5729, f. 82 v).) y la Detención de la carrera del Sol durante la batalla con los amorreos (Bréhier, 1928: 15-30). |
4.5. Jueces y Reyes
Tras el Éxodo y la Conquista de la Tierra Prometida, se produce el momento de la grandeza e independencia de Israel. La época del nomadismo llega a su fin; los judios se convierten en un pueblo sedentario. Bajo el gobierno de los jueces: Gedeón, Jefté, Sansón, y luego de los Reyes, de los cuales David (foto Juicio de Salomón y Rey David. Monasterio de Saint Declan. Ardmore. Co. Waterford. Irlanda. c.1150) y Salomón son los más gloriosos, el poder de Israel se extiende y consolida. Tras Salomón, la unidad de las tribus se rompe. El Cisma o separación de los reinos de Israel y de Judá, que se prolonga desde el siglo X hasta el VIII a. C. hace de estos dos trozos de un pequeño país presa fácil para el poderoso imperio asirio, sucumbiendo en el 721 a.C. y 585 a.C. respectivamente (Réau, 1996: 271-394).
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4.5. Los Profetas
La descomposición del reino prepara la última fase de la historia de Israel antes de la llegada de Cristo, período del exilio y la servidumbre, donde los profetas que anuncian la llegada del Salvador, cobran importancia capital, siendo el último Juan Bautista.(foto Jeremías. Portada Sur de Saint Pierre. Moissac. Francia 115-1130)
La conquista asiria tuvo lugar en el siglo VIII. Nabucodonosor ordenó destruir el templo de Jerusalén y deportar a los judíos a orillas del Eúfrates, y el cautiverio babilónico duró hasta la época persa. Tras éste, llegó la dominación griega y romana. Después de la victoria de Iso en 333, Alejandro conquistó la costa de Siria y de Palestina, que se helenizaron. El levantamiento nacional de Judas Macabeo hacia 163 no consiguió restablecer la independencia de los israelitas. En el año 37 a.C., Judea se convierte en colonia romana confiando su gobierno a Herodes. Es cuando aparece el Mesías (Réau, 1996: 396-522).
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