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Puentes románicos
Algo más que puentes

El arte de construir puentes nació prácticamente con el hombre primitivo. La necesidad de salvar las corrientes de agua hizo que el hombre utilizara las losas de piedra para saltar de un lado a otro o pasara encima de árboles caídos para enlazar una ribera con otra.

El hombre descubrió el puente cuando se dió cuenta de que podía cortar el árbol para unir las dos riberas sin esperar a que la fortuna le proporcionase ese hecho ni a que bajase la corriente para vadear el rio. Con el tiempo, el ingenio humano elaboró estructuras más sólidas y duraderas.

La piedra junto a la madera han sido los elementos utilizados durante miles de años para atender esta necesidad. De hecho, son los únicos materiales utilizados hasta que en el siglo XIX comienza a usarse la viga de hierro y el cable de acero. Hasta entonces, la gran revolución en la construcción de los puentes se debe a la ingeniería romana, evidenciada en los grandes acueductos y hasta en el empleo de los puentes como elementos commemorativos. Fue en tiempos de Roma cuando la actividad constructiva de los puentes alcanzo un auge mayor, la necesidad de facilitar las comunicaciones en un imperio en expansión procuró una gran cantidad de puentes.

En la Edad Media y a causa de las condiciones políticas que imponían la idea de aislamiento y de defensa hubo un largo período en que apenas se construyeron puentes, incluso puede que alguno se eliminase al considerar el rio como elemento de aislamiento. La importancia del puente medieval era tal que el puente desplazado producía el desplazamiento progresivo del centro de la villa a su entorno cuando tal villa se empezaba a formar, o que incluso diese lugar a la creación de una nueva villa en su entorno cuando tal villa no existía al crearle. Con el renacer de la movilidad, el peregrinaje y el intercambio de mercancías, se hizo necesaria la construcción de nuevos ó bien la reconstrucción de puentes romanos, de los cuales aprovecharon sus pilares.

Existen características comunes en los puentes medievales de estos siglos, la mayoría tienen un número de ojos o arcos impar, siendo los de las puntas los más pequeños y creciendo en diámetro hasta el mayor y central, que coincide con el punto de mayor caudal del río que atraviesa. Esta disposición de arcos creciente hasta la mitad genera un perfil de dos vertientes conocido como “lomo de asno”.

Los arcos de los puentes medievales pueden ser de medio punto o ligeramente apuntados como en los siglos del gótico, estos arcos dan soporte sobre machos prismáticos que pueden llevar encima un arco de descarga. Adosados se pueden colocar corta aguas de planta angular orientados río arriba, frente angular llamado “tajamar” que puede ser también la forma dada a la piedra del pilar, en ambos casos con la intención de dividir la corriente y aligerar la presión ejercida. Ocasionalmente, a cada extremo se ampliaba la superficie del puente como área de espera para ceder el paso a los que venían en sentido contrario. A menudo estos puentes tenían una pequeña muralla donde se construían torres en el eje del puente o en su entrada, con la idea de permitir la estancia de soldados que controlaban el acceso con motivos defensivos o bien como lugar de cobro de aduanas o peajes, si bien era frecuente que esas construcciones se pagasen con herencias testamentarias o con donaciones procuradas con el otorgamiento de gracias por las iglesias, también había gracias para el mantenimiento del mismo.

Muchos de estos puentes medievales han perdido su utilidad primitiva pero siguen siendo una sorpresa visual de primer orden para el que se topa con ellos.

El puente fue un hito importante en el Camino de Santiago desde su inicio en Puentelarreina. En la construcción de los necesarios destacaron San Juan de Ortega y Santo Domingo de la Calzada, éste por encargo real para realizar los precisos y aquél por su trabajo puntual como en Nájera. Famoso es también el puente sobre el Órbigo en León por su leyenda caballeresca.

Fuera del Camino de Santiago merece la pena destacar el Puente de Besalú en Girona, los dos pequeños puentes de la Valdorba en Navarra y el de San Martín de Valdeiglesias en Madrid, éste sumergido en las aguas del embalse, pero que se puede ver en años de sequía.

Algunos puentes románicos :

Alós d´Isil en Lleida

Besalú en Gerona

Bujaruelo en Huesca

Cangas de Onís (origen romano) en Asturias

Canfránc en Huesca

Caracena en Soria

El Barco de Ávila

Hospital de Órbigo en León

Molina de Aragón en Guadalajara

Monreal (Elo) en Navarra

Nigrán (Ramallosa) en Pontevedra

Piedrahita en Ávila

Puentelarreina en Navarra

Sant Julià del Llor i Bonmatí en Girona

Sarsa de Surta en Huesca

Tielmes en Madrid

Torla en Huesca

Toro en Zamora

Valdemaqueda (dudoso) en Madrid

Villajimeno en Burgos

Zamora

Zizur Mayor en Navarra

 


Simbolismo:

Los ingenieros romanos encargados de la construcción de los puentes, recibían el nombre de pontífices, (pons-facere) que significa literalmente “constructor de puentes”. El título de Sumo Pontífice, correspondiente a la máxima autoridad en la construcción de puentes pasó posteriormente al Papa como sucesor de San Pedro en la difícil tarea de dirigir y guiar a los creyentes en su paso por el puente que une el cielo y la tierra.

Todo en el románico es un símbolo y el puente no podía ser menos. El puente une dos riberas, dos estados de ánimo, penas y alegrías, bien y mal, y lo hace ascendiendo y descendiendo a niveles naturales diferentes, el descenso es más liviano porque el que cruza el río está reconfortado. El puente permite salvar el mal, el riesgo.

Taller de La Losa

 

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