No hay un solo concepto para catequizar que no esté representado por una imagen; y no existe una sola imagen que no haya sido cuidadosamente diseñada en función de un objetivo perfectamente definido; en un mundo de analfabetos en el que las ideas transcurren a través de las imágenes, éstas se convierten en el mejor vehículo de conocimiento.
Hoy, a la técnica de diseño de la imagen más adecuada para cumplir ese objetivo lo llamamos “Visual design” y es realizado por especialistas formados en las escuelas profesionales, como lo fue realizado en la época románica por artistas formados en grandes escuelas como Cluny o por los Maestros de los mejores Talleres. En aquella época, como en la actualidad, el técnico/artista recoge en su diseño las indicaciones de su cliente/comitente, o parte de modelos experimentados y aceptados. El objetivo, cada uno en su lugar, es el mismo.
Si, aludiendo a Maurice Merlau-Ponty, asumimos que “ver” es ver mucho más de lo que se pueda ver, el diseño de la imagen románica supone tener en cuenta las complejas implicaciones y limitaciones culturales del lector, lo que el lector debe y puede asumir en relación a la idea que se le quiere transmitir, lo que depende tanto de su capacidad personal intrínseca como de la influencia cultural del entorno, entendiendo como tal a la suma de la imbuida con la experimentada.
En ese marco, proyectar una imagen visual significaba y significa, sobre todo, presuponer por su realizador, todo cuanto en ella existe de inexpresado e invisible y, sin embargo, de decisivo, al objeto de procurarlo con el diseño adecuado.
Cada uno se ve reflejado en el símbolo, como decía Leonardo, y es que, como afirma Maurizio Vitta:
“…Sin embargo, toda imagen vuelve a proponernos un enigma. Fija nuestra conciencia sobre la realidad y actúa como intermediaria entre una y otra sin ser ni la una ni la otra; es reproducible en la mente, pero también puede hacerse cosa entre las cosas, objeto que participa de la concreción del mundo, sin por ello dejar de mantener invariada su capacidad evocadora; su comprensión es, por lo demás, instintiva, pero su interpretación puede estar cuidadosamente preestablecida; es patrimonio de la percepción, pero actúa directamente sobre el pensamiento. En consecuencia, su estatuto es incierto, oscilante, dúplice. Toda imagen cuestiona la noción de identidad introduciendo el ambiguo concepto de “semejanza”. Lo real se escinde de nosotros, duplicándose en lo pensado y en lo percibido, sin que por ello resulte posible situarlo de una vez por todas en una u otra modalidad de existencia. Su presencia se justifica con una ausencia: la distancia entre lo que percibimos y lo que a partir de ella puede ser imaginado resulta incalculable”
Y sin embargo, las imágenes tienen su lógica, sus contenidos no son casuales y todas ellas han pasado un proceso de diseño, más o menos consensuado. Todas ellas son cosas que cobran vida al revelar su contenido a la conciencia.
Esa es la grandeza de las imágenes medievales, en ellas lo particular y lo general coinciden, la imagen de la existencia cotidiana se compone de innumerables hechos, gestos…insignificantes, que en su conjunto configuran un universo que refleja la potencia divina.
Siempre que, además, el catequista haya sabido expresar bien su sermón, claro.