Desde su orígenes, el cristianismo se fundamentó como una religión de la esperanza, ya que se basaba en el cumplimiento de una promesa, la de un Dios, Yahvé, que había prometido que enviaría un Mesías. En Jesús de Nazaret, la Iglesia primitiva encontró ese enviado de Dios. De hecho, en Él, vio al Hijo de Dios y, en su nacimiento, encontró su primera venida, la de la carne.
La Encarnación del Hijo de Dios constituyó para los cristianos la primera venida de Cristo; sin embargo, había muerto, resucitado y ascendido a los cielos dejando claro en sus palabras que regresaría en una segunda venida gloriosa. Por esta razón, la Iglesia primitiva empezó a basar su idea de un segundo regreso o Parusía de Jesús en citas como la siguiente tomada del evangelio de San Juan: “Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo” (XIV,3). Rápidamente, la Iglesia primitiva tomó partido y asoció esta idea tanto con el fin del mundo como con la idea de una resurrección y posterior juicio final.
Los cristianos tenían que estar atentos ante los signos o señales que les indicarían la proximidad de esta segunda venida de Cristo, su nueva epifanía o manifestación gloriosa. Y es evidente que muchas de las magníficas iconografías del arte Románico se construyeron en torno a esta poderosa imagen simbólica.
De nuevo, en Círculo Románico, nos estamos preparando para la llegada de la primavera y el encuentro con nuevos y apasionantes proyectos que van más allá de la propia realidad del románico. Aquí, no dejamos de intentar que el poco o mucho tiempo del que dispongas para dedicarle a este sorprendente y maravilloso arte puedas utilizarlo leyendo y mirando contenidos de calidad. Poco a poco, iréis teniendo más noticias nuestras. Gracias por estar ahí. El Círculo Románico sigue, paso a paso, como los peregrinos del románico.