Hoy las evidencias reales se acumulan cada día en tal magnitud que, el silencio documental en la diplomacia peninsular y el silencio por omisión de los estudiosos oficiales queda en evidencia.
Y curiosamente, podemos comprender ese silencio en un territorio férreamente controlado por quienes han mantenido el monopolio teológico a lo largo de nuestra reciente historia, pero, ¿cómo podemos entender que tal silencio ocurra también en la católica Irlanda?
Pues ocurre; no está, ni ha estado a nuestro alcance, por ahora, documento alguno que confirme desde Irlanda la llegada de alguna misión a nuestra península. ¿Por qué?
Obviamente, no podemos culpabilizar, ni siquiera insinuar, pero sí podemos analizar la historia.
En el siglo XII la iglesia irlandesa estaba en manos de unos obispos sin rector eclesiástico; en cada pequeño “reino” el poderoso tenía su obispo y entre ellos se producían situaciones de disputa y quizás de conducta eclesiástica impropia, aunque luego se negase en un concilio local.
Quizás esta situación provocase las primeras “peregrinatios”, pero hubo más. En el entorno de 1140 en Irlanda San Malaquías se estaba haciendo famoso por sus profecías y su conducta ejemplar, profecías que no encontraban oposición entre los facultativos y miles de estudiantes que acudían a las universidades de Bangor, Clonmacnoise, Glendalough y Conflert. San Malaquías no aprobaba el estado de la iglesia, y de los reinos, y acudió al Papa entre otras cosas para solicitar su autorización para que los ingleses invadieran Irlanda, en claro sometimiento del poder civil al religioso propio de la época. En su viaje, San Malaquías recaló en Citaux haciéndose gran amigo de San Bernardo, claro, amistad que le sirvió para ser acogido y morir en sus brazos en dicho monasterio cisterciense al regreso de Roma.
Inglaterra invadió Irlanda y con Inglaterra llegaron los cistercienses, estableciéndose por primera vez en Mellifont y actuando con eficacia y celeridad, creando diversas casas, y, especialmente, sustituyendo a las universidades, que dejaron de existir por la implantación de la práctica del “ora et labora”, labora en términos agrícolas básicamente, para labrarse la subsistencia.
Hasta tal punto fueron eficaces los cistercienses que si hoy reconocemos el predominio católico romano en Irlanda sobre la antigua iglesia irlandesa, que subsiste, es gracias a ellos.
Aquella eliminación de las universidades generó un alto excedente de monjes que, en alguna proporción abandonarían la vida eclesiástica, pero otros emigraron.
Años después se convino por la Iglesia Católica y por la Irlandesa que ésta se integrase en la organización inglesa, por entonces católica y luego protestante anglicana, lo que conllevó también la separación de la irlandesa.
Silencio natural por la destrucción de los monasterios irlandeses y la desaparición de sus universidades, y quizás algo más en consecuencia.