"Homo románicus" tenía su tiempo programado. Los calendarios le recordaban lo que hacer en cada momento, las campanas le llamaban a la oración y a los oficios y los relojes le decían del quehacer en cada momento. Y no solo al rústico, los relojes también les decían a los monjes el momento de ejercer sus prácticas piadosas.
El esquema horario en la fachada del templo se convertía así en un referente más o menos exacto en el que el rayo solar incidiendo sobre el "gnomon" marcaba la hora; un "gnomon" frecuentemente de quita y pon sobre el agujero central en el que la varilla era ocasionalmente sustituida por los dedos.
Ya en el siglo XIV aparecieron relojes mecánicos, pero el reloj de sol perduró, a veces de nueva creación y otras sobreviviendo en el tiempo hasta nuestros días en que todavía podemos encontrarlos, más o menos arruinados, en las iglesias que visitamos.
Pedro J. Novella nos ofrece su inventario de relojes canónicos en una fase inicial que requerirá del tiempo y del apoyo de todos para completarse. Aún así constituye ya un documento rico en ejemplos, análisis y, sobre todo, calidad y generosidad.