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Arbol genealógico

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No tan simple como parece

Cualesquiera hayan sido sus características a lo largo del tiempo, podemos todavía decir que en Europa Occidental hay dos grupos étnicos: Los sajones del norte, continentales e isleños y los mediterráneos. Una separación bien notable al inicio de nuestra era.

Los que nos ubicamos en el segundo grupo, peninsulares, franceses, italianos, ligures, chipriotas y griegos, en síntesis, tenemos un antecedente cultural común: una sucesión de culturas cuyo ciclo termina en el siglo VI d.C. a la que hemos dado en llamar la “Antigüedad Tardía”.

En dicho ciclo se incluyen tres grandes movimientos ó civilizaciones: La Griega, culminada en su periodo helenístico, su sucesora la Romana y la continuación de ambas en su primera fase, la bizantina. Cada una de estas civilizaciones tuvo el mismo ciclo: Identidad, apogeo y decadencia, pero en su decadencia nos cupo la fortuna de que cada sucesora tuvo la habilidad de absorber lo mejor de la cultura de la antecesora.

No empezó todo de la nada. El arte griego es amalgama por un lado de primeras culturas helenísticas que supieron construir sólidos edificios y desarrollar una rica orfebrería, y por otro de conceptos y técnicas desarrollados por importantes civilizaciones de su entorno más próximo, lo que hoy conocemos como la media luna fértil, que se extiende desde los montes Zagros hasta Palestina y desde el litoral mediterráneo hasta los confines persas, y también de los egipcios.

Durante las tres épocas por las que transcurre la cultura griega, se desarrolla un arte de la escultura, una proporción arquitectónica, columnas y capiteles, se estructura un idioma cuya utilización derivará en una literatura avanzada, y se construye una filosofía por cuyos pensamientos se guiará el hombre medieval.

Con su expansión mediterránea y terrestre los griegos devolverán influencias a los pueblos de su entorno y notablemente a los del delta del Nilo capitaneados por Alejandría.

Pero también establecerán colonias y territorios en el Mediterráneo occidental, especialmente en su vecina Italia en donde encontrarán un rico caldo de cultivo entre el pueblo etrusco que ocupó lo que hoy es Toscana, Lazio y Umbría entre los años 650 y 550 a.C. Los etruscos, que también absorbieron cultura de Egipto y otras regiones del este mediterráneo, supieron hacer de Roma la gran ciudad que gobernó el Imperio, a la que trasladaron los conceptos y artes aprendidos de los griegos y la dotaron de un alfabeto, inspirado en los griegos, con la que se construyó el idioma base de nuestras lenguas.


La arquitectura desarrollada por los romanos alcanzó un nivel de tecnología y conceptualismo que pervive y en su escultura, basada en los autorretratos de los próceres en su última fase, logró metas de igual esplendor. Incluso su pintura, casi toda perdida salvo algunos frescos y su musivaria tuvieron un nivel acorde.

El nacimiento y desarrollo del cristianismo evidencian por el contrario una incapacidad de sus dirigentes de comprender y canalizar el nuevo movimiento. Cuando quieren reaccionar es tarde y el imperio, por ésta y por otras razones se ha desmoronado. Sus artes permanecerán en el territorio propio y en el conquistado y su cultura se extenderá por el sur de Europa, pero como estado desaparecerá. La capital descenderá de 1.000.000 a 30.000 habitantes, los grandes próceres seguirán influyendo desde sus territorios particulares y en Roma se hará cada vez más fuerte el cristianismo, su cultura será absorbida al menos en dos ocasiones en siglos posteriores, pero lo que queda en el sitio irá perdiendo vigencia con la ocupación que sufrirá por los pueblos del norte.

Antes de su final político en el siglo IV, algunos cristianos se darán cuenta de que sus costumbres y principios están relajados y desarrollarán un movimiento ascético, y luego monacal; incluso algunos se retirarán a monasterios tanto en la ciudad como en el desierto egipcio en el que coincidirán con otros correliginarios en situación parecida. De ellos nacerá un movimiento y un arte, el copto, en el que de inicio se reflejarán conceptos y estilos de sus lugares de origen, pero que con el desarrollo de la comunidad y su consolidación hacia el sur del Nilo irá conformando una cultura y arte propios, entre cuyos resultados merece destacar la elaboración de manuscritos incluso iluminados, una aportación que será trasladada hasta la isla de Irlanda, de cultura celta, en donde su arraigo provocará una producción en cantidad y calidad sin igual y que será luego llevada a toda Europa en el movimiento de cristianización y culturización desarrollado por el monacato irlandés, tan importante que los monjes y filósofos irlandeses se encontrarán siempre cerca del emperador, quien, a su vez, cuidará de la realización y difusión de estos manuscritos.
Aquel monacato que conceptual y empíricamente habrá sido desarrollado por aquellos cristianos del desierto se extenderá a toda Europa y a Oriente medio.

Volviendo a Roma, que habíamos dejado en su ocaso, s.IV, nos encontramos con un emperador, Constantino, que pretende salvar lo que queda del imperio trasladando la sede a un estratégico lugar en el Bósforo que desde entonces toma su nombre. Con él se traslada su familia y su cultura. No toda la familia, uno de sus hijos quedará en Roma y se producirá la división del imperio en romano oriental y romano occidental.


Éste apenas durará dos generaciones, pero aquél, el oriental recobrará energías y llegará a ocupar en torno al mediterráneo un área sólo algo menor que la ocupada por el imperio romano en su mayor esplendor. Un imperio, el bizantino de continua refriega y problemas sucesorios y religiosos que irá mermando sus fuerzas hasta su desaparición en el siglo XV.

Los sucesores de Constantino, que, entre otras cosas, definen las normas para la construcción de iglesias cristianas, progresan hasta el s.XII y engrandecen su territorio con lo romano, pero también con lo que aprenden en sus guerras, especialmente con los persas, con lo aportado por sus vecinos griegos y con lo captado en el tráfico marítimo con la otra orilla, con Alejandría. En su esplendor, idean la figura del emperador ungido por Dios, que llega tener el máximo poder sobre su Iglesia, a la que a su vez venera y protege en evidencia de su poder superior y de paso justificar su coronación divina. Es el momento de Justiniano I el Grande que deja constancia de esto en los mosaicos de San Vitale de Rávena. Para esa época, por cierto, las zonas próximas a Roma acaban de ser ocupadas por los lombardos.

Entre la llegada de la dinastía Isáurica(717) y el 831 se produce una revolución de gran significado, la iconoclastia, el abandono del culto a las imágenes. Es una revolución, quizás necesaria, que se produce como consecuencia del culto exagerado anterior y del uso político que se hace de la imaginería, legando a extremos de acuñar monedas en cuya cara aparece el emperador en una consideración casi divina.
La consecuencia de esta iconoclastia es que si había pocas imágenes anteriores ahora hay casi ninguna, han sido erradicadas y destruidas.
Pero en el 831 se da la vuelta, retorna el iconodulismo y se decoran las iglesias con pinturas al fresco y con iconos pintados y adornados con orfebrería. Esta nueva forma de decorar las iglesias será extendida por toda Europa y se integrará en el románico.

Con posterioridad, el arte bizantino será potenciado en Europa por los descendientes de Carlomagno en plena época de reinstauración del imperio. Por esa época lo bizantino ha alcanzado un nivel de excelsitud, gracias a las dinastías macedonia y comnena sucesoras de Justiniano II. Su estilo es reflejado también en los objetos de uso diario de la corte, en los vestidos y decoraciones textiles, en la pintura y también en la orfebrería, en el esmalte y en la eboraria. El esfuerzo de los emperadores germanos, los otones (incluidos Enrique I y Enrique II) es tal que procurarán el matrimonio con la familia real bizantina, que no conseguirán sino en su segundo intento.


Mientras tanto, se ha organizado el Islam y en la península ibérica se goza de cierta estabilidad bajo el reinado cristiano visigodo.

Durante sus primeros años, entre 632 y 750 d.C. los gobernantes islámicos procuran el reconocimiento de las restantes religiones, las del libro, actúan, por tanto de una manera contemporizadora y van formando su arte, un arte no sólo religioso. En ello recogen influencias de los estilos y artes vigentes, de los bizantinos, de sus enemigos los sasánidas de Persia y hasta de la India. Sus obras se verán reflejadas en la construcción y decoración de sus mezquitas, pero también, muy especialmente, en los “palacios del desierto”, unos extraños palacios en un entorno hostil en los que entre otras artes utilizarán el estuco por primera vez. En su desarrollo el arte islámico cubrirá la franja sur del mediterráneo y al ándalus, además de los territorios de la gran Siria y aledaños.
En su iconoclastia religiosa (los palacios y otros edificios civiles sí permitirán el arte figurativo), buscarán alternativas para la decoración interior y la encontrarán en las formas geométricas y en la escritura, especialmente en la cufí, cuyos trazos emplearán incluso en los tejidos.
En la península ibérica harán alardes constructivos con juegos de arcos y de pilares sobre columnas, asimilarán el arco visigótico de falsa clave que transformarán en arco de herradura y usarán también el arco califal. Con sus elementos arquitectónicos y filigranas decorativas probablemente influirán en el arte “mozárabe” peninsular.


Si esto ocurre en el sur, en el norte domina Carlomagno. Coronado en el año 800 en una ceremonia instauradora de la figura bizantina del emperador ungido, Carlomagno mantendrá y cuidará del Papa a diferencia de lo que ocurre en Bizancio, pero también lo controlará. Será él quien nombre a los obispos, quien convoque los concilios y quien imponga la Regla por la que se habían de regir todos los monasterios del imperio. Será también Carlomagno, quien inspirado en Rávena haya construido la Capilla Palatina de Aquisgrán y luego la villa imperial en su entorno, será Carlomagno quien instaure las Aulas imperiales que cuidará cada sucesivo emperador, será él el que configure el sistema de enseñanza de las artes liberales, el trivium y el quatrivium, será Carlomagno quien impulse la elaboración de manuscritos y su decoración tanto interior como exterior, con marfil y orfebrería impulsando la implantación de scriptorium en los monasterios, y será él quien revolucione la arquitectura de los templos incluyendo el doble ábside, y toda una serie de características que configurarán el románico posterior. Y todo ello, porque Carlomagno ha decidido tomar a Constantino, el emperador romano, como ejemplo, y ha decidido restaurar la antigüedad. Y también será Carlomagno quien ante la imposibilidad de controlar directamente el vasto imperio, imperio que ha asegurado del exterior con la invención de la Marcas, pero que en el interior es batallador, quien llegará a acuerdos de vasallaje con sus condes y nobles allegados y de tipo similar con los obispos y órdenes dependientes del Papa, Papa al que controla, configurando de esta forma la sociedad feudal.

Carlomagno tenía unos amigos que ya hemos mencionado (debían ser géminis, por cierto), ubicados en el norte de Italia, en un territorio que incluía el lago de Como, desde el s.VI, se venían dedicando a guerrear con el Papa para ocupar sus propiedades terrenales hasta que se las vieron con Carlomagno en el 774 quien, tras derrotarles, destronó a su rey y les incorporó al imperio en el 776. De origen germánico, los lombardos tuvieron la suerte de colindar con Rávena de la que aprendieron no pocas cosas, entre ellas a construir iglesias.

Y las construyeron, iglesias y monasterios, eran los magíster comacini que contaban con el favor imperial ahora para emplear sus esfuerzos en actos pacíficos. Su intervención provocó el Primer Románico, antesala del Románico Imperial que no tardaría en llegar.

Los magister comacini y sus equipos llegaron a Cataluña en un momento de esplendor de la Marca. Para esta época Cataluña ocupaba también parte del sur de Francia y los catalanes sabían hacer algo que no sabían los comacini, hacer bóvedas de cañón. Su fusión originó el Primer Románico Catalán, que junto al impulso del Románico Imperial y la absorción de algunos detalles del “mozárabe” dio lugar al Románico Peninsular, engrandecido en el siglo XIII con la adición de las galerías porticadas.

Taller de La Losa
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