El monasterio de Silos es una principal manifestación de supervivencia monacal en el tránsito del rito mozárabe imperante en Castilla y León a las nuevas formas y conceptos traídos en la reforma gregoriana importada con el románico pleno. Durante este tránsito, que precisó de decisión aúlica, tiempo, esfuerzo y apoyo papal, sucumbieron múltiples monasterios y se alzaron otros nuevos, permaneciendo Silos en su existencia gracias, entre otros factores al hecho de disponer de un santo local, propio, y a la peregrinación generada para orar ante sus reliquias y solicitar su intervención.
Con su elevación a la santidad, su tumba, que permanecía en el claustro, fue trasladada al interior de la iglesia ubicándola en lugar próximo al atrio al que se acercaban los peregrinos que pernoctaban en el mismo, siendo una parte de sus restos alojados en la espléndida arqueta, esmaltada en Silos, que se ubica en la parte alta de la iglesia. Con la primera ubicación de los restos el claustro adquirió un excepcional carácter funerario y una primera definición, consagrada al santificar a Domingo y trasladar sus restos a la iglesia, como camino de ascesis a la Jerusalén Celestial.
Pero el sentido funerario del claustro de Silos no se pierde con el traslado, sino que se refuerza con la presencia de la tumba de la familia Hinojosa en su patio, caso único que evidencia la importancia de la familia como benefactora del lugar, dándose la circunstancia de que en la lápida mortuoria se loa la presencia de uno de los miembros de la familia en la Jerusalén terrenal. Silos así mantiene un cierto carácter ierosilimitano como lugar de referencia del peregrino que acompaña a Jesucristo en el deambular por el claustro en su meditación trascendental, en su elevación espiritual. Jesucristo acompaña a este peregrino en un interiorismo que se ve reforzado con su imagen en los relieves entonces disponibles, correspondientes a las pandas este y norte, y muy especialmente con el que refleja la escena de Emaús.
Desde esta perspectiva, los capiteles que conforman el claustro, dirigidos al que deambula, constituyen un ornato útil en apoyo de ese ejercicio espiritual, un ornamento sin delito que se opone a la crítica, general y desmedida de Bernardo.
Terminada la exposición y tras una breve participación de los asistentes con sus preguntas, sabiamente correspondidas, se dio por terminado el acto con el unánime reconocimiento de los asistentes profusamente manifestado.
Círculo Románico 8 de febrero. 2010