El arte de la Forja en el románico.
por Divina Colell, Xavier Díaz y Raimundo Escámez |
El arte de la Forja en el Románico.
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1. Introducción histórica
Si bien la utilización del hierro se inicia hacia el 1900 a.C., no es hasta el 1000 a.C. cuando la metalurgia del hierro al carbono se impone, debido tanto su naturaleza elástica para ser trabajado (ofrecía más posibilidades prácticas y creativas), a la resistencia que ofrece al uso, a su reducido precio en comparación con otros metales, y a la abundancia de yacimientos con respecto a los de cobre y estaño. El inicio de la metalurgia del hierro podría localizarse en la zona de la actual Turquía y de Asia Menor; desde aquí su uso se difunde a lugares próximos: Egipto, Chipre y Grecia. A través de los Dorios se introduciría en Europa, en concreto Micenas y Creta, pasando más tarde a los griegos, quienes atribuían a los cíclopes, herreros de Hefaistos, el descubrimiento del hierro. Su aplicación militar contribuyó a la colonización helénica del Mediterráneo, lo que a su vez influyó en la adopción del hierro en la península Ibérica. También los pueblos celtas, en el siglo VI a.C., introdujeron este metal en España, mientras que los fenicios aportaron los métodos para su extracción y explotación.
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Su elaboración requería el empleo de unas herramientas de las que no se disponía en épocas primitivas. Extraído el mineral, éste se introducía en el horno (durante la antigüedad y hasta la Edad Media se utilizaban los hornos de cuba, la forja catalana y los hornos bajos) junto con el carbón vegetal y el fundente; se conseguía una alta temperatura al accionar manualmente los fuelles y conseguir así una corriente de aire: el metal se obtenía en estado pastoso, y la escoria se eliminaba después en la forja.
A partir de los romanos se empieza a dividir el trabajo en dos: el fundidor y el herrero. En esta cultura se continúa la asimilación mitológica que los griegos tenían hacia los artesanos del hierro con dioses y héroes. Vulcano, por ejemplo, el equivalente al Hefestos griego, fue el dios del fuego y de los volcanes, creador de arte y armas para dioses y héroes. También el arte paleocristiano muestra en alguna de sus laudas sepulcrales oficios de la época, como el del herrero.
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Los celtas también se beneficiaron del contacto con los romanos en el uso del hierro. Junto a los fenicios y los cartagineses, fueron pueblos atraídos por los recursos mineros de nuestro país. Desde la época romana, en la zona que hoy en día correspondería a Andalucía y Murcia, se elaboraron armas y diversos utensilios caseros de este metal, m mientras que en la zona de Aragón también se realizaban cotas de malla y espadas.
De Malafosse probó en su día que desde la época carolingia en ciertos monasterios, en los que trabajaban artesanos como los herreros, se elaboraban armas para los soldados que defendían las propiedades de dichos centros religiosos, y también para los cruzados. De hecho, en el plano del monasterio de San Gal, figura una herrería. Igualmente se tienen documentadas estas instalaciones en los monasterios de Poblet y en Sant Joan de les Abadesses.
Durante la Reconquista, en los templos situados en los nuevos núcleos de población se depositan tesoros de valor tanto espiritual (reliquias, imágenes) como material, y es necesario el uso del hierro para elaborar rejas que los protejan. Protección que, al igual que en tiempos romanos, no impedía el paso de la luz en el caso de las ventanas, o la visión en los cerramientos interiores. |
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En general, los mozárabes poseían buenos conocimientos metalistaleros, como afirma Olagüer-Feliu y Alonso, tanto en su explotación (utilizando filones abandonados por los visigodos), como en su tratamiento en las llamadas “fraguas mozárabes”, donde se purificaba y forjaba el metal con una técnica avanzada, y donde también se elaboraban atriles, candeleros, braseros, etc. En otra de sus obras (Arte medieval español hasta el año mil), el citado investigador puntualiza que el Islam no tuvo nada que ver para que los mozárabes empezasen a utilizar la rejería; los musulmanes empleaban para separar y aislar las celosías de madera o de mármol. Por ello, considera este empleo de la rejería en la construcción religiosa como un "renacimiento", tras el paréntesis de los siglos VIII y IX.
Fueron sobre todo los cistercienses los que más impulso dieron a este oficio en el periodo románico; la producción fue en algunos casos tan abundantes que, aparte de cubrir sus propias necesidades, permitió su comercialización al exterior. |
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A partir del siglo XI, a los usos militares, domésticos y agrícolas del hierro, se suma entonces el decorativo: la creación artística. Esta solía realizarse en lugares cercanos a yacimientos mineros, abundantes en la Península, o de fraguas. En nuestro país fue especialmente importante en la cordillera cantábrica y en los Pirineos. El medievalista Pierre Bonnaisse demostró la importancia de la artesanía del hierro en la Cataluña altomedieval, y Diego Barrado ha aportado diversas pruebas documentales de que también toma auge en Aragón, sobre todo en el siglo XII, concluyendo la existencia de un activo taller en los alrededores de Jaca, por ejemplo. De ello es buena prueba las rejas que alberga la catedral de dicha ciudad, tanto in situ como en su Museo Diocesano. En un lugar próximo a Jaca, nos encontramos con la figura de un herrero legendario, Regin, forjando la espada de Sigfrido.
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Siguiendo por un momento con la iconografía de artesanos trabajando el hierro en los templos románicos peninsulares, debemos fijarnos en la segunda arquivolta de la portada de Santiago en Carrión, donde se pueden ver, al menos, un herrero, un forjador de espadas, un fundidor y un acuñador de monedas. En el caso de San Cipriano, en la ciudad de Zamora, encontramos, además de una preciosa reja en el vano del ábside septentrional, un relieve alusivo al oficio y, junto al mismo, un me fecit: Vermudo ferario qui fecit memoria de sua fravica. Este oficio estaría bien considerado socialmente, como afirmó Pierre Bonnaisse al observar que en ciertos documentos aparecen citados por el oficio, privilegio que sólo tenían también los clérigos y los altos dignatarios laicos.
Todo este desarrollo se debe a una gran innovación en el trabajo del hierro durante la Edad Media, el molino de fuerza hidráulica, más tarde denominado forja catalana, surgida en Catalunya en el siglo X; debido a que la corriente de aire generada por el gran fuelle conseguía una alta temperatura, el metal resultante era más fluido y fácil de trabajar, más limpio (se expulsaban mejor las escorias) y mayor cantidad por colada de mineral. Según el investigador Xavier Díaz, una fragua de cuatro personas conseguía diariamente cincuenta kilos de hierro, y teniendo en cuenta de que éstas debían abastecer de herramientas, herraduras, armas y cotas, herrajes, quizás la preferencia por otros materiales en la construcción se debiera al precio en relación con la cantidad producida. |
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También en La Rioja existieron numerosas minas de hierro que, como puso en evidencia Maria de los Ángeles de las Heras y Nuñez en su trabajo La forja del hierro en el románico riojano, motivó la aparición de dos tipos de talleres en la comunidad autónoma:
a. la que corresponde a la vertiente norte de las Sierras de San Lorenzo y de la Demanda, y en la que se encuentran varios templos cuyas puertas están adornadas-reforzadas con herrajes, como el de Zorraquín;
b. otra se ubicaría en las Sierras de Castejón y de Urbión, en la cual se realizaron rejas para ventanas, como las de los templos de Canales de la Sierra o Mansilla.
El capítulo sobre metales del tratado Schedula Diversarum Artium, escrito por el monje Teófilo (primera mitad del siglo XII), constituye una importante fuente de datos sobre la forja medieval. Ésta se dividiría en dos zonas: la de fuego y la de forja. En la primera se calentaba el metal, y estaba constituida por el horno (de obra o en el suelo) y los fuelles, conectados ambos por una tobera; en la segunda se trabajaba el metal, y en ella se situaban el yunque, los martillos, los mazos y las tenazas.
En el taller también existía un depósito de agua y otro para el carbón. Además, este tratado ilustra sobre las técnicas utilizadas en la época, como la utilización de moldes que se tratará en el apartado de las rejas.
Los lingotes de hierro que procedían de los hornos situados en las minas, eran trabajados por el martillo del herrero hasta conseguir unas barras limpias de impurezas, y que luego eran forjadas para darles forma. El hecho de que en muchas ocasiones se observe una gran regularidad en la ejecución de las rejas, se debe a la utilización de unos moldes en forma de róleo. Aquí finalizaba la parte más bien obligada, y empezaba el toque artístico. Aunque en obras maestras como la reja de Iguacel, la pinza y el martillo fueron los únicos instrumentos del artesano.
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2. La forja artística en el templo románico.
La forja es una técnica mediante la cual se moldea el hierro, al rojo y ablandado mediante el martilleo continuo en el yunque. Con ello consiguen productos que, dentro de un templo religioso, no constituyen en primera instancia objetos de contemplación ni de enseñanza directa como pueda ser la escultura o la pintura, pero que igualmente forman parte de su esencia como lugar sagrado. Podemos clasificarlos someramente en:
- rejas y verjas: tienen como función el separar un lugar de forma que pueda verse a su través. Se realizan con barras a las cuales se unen un número de varillas trabajadas de forma circular, y que se unen entre sí por un anillo en el centro, y por diferentes presillas a los montantes (las barras verticales); estas presillas suelen estar unidas en caliente.
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Griegos, romanos y bizantinos utilizaron el bronce para separar distintos espacios, para puertas y cerramientos, y para poder exhibir en sus templos los tesoros de culto. Roma utilizó la reja de hierro como en prisiones, circos y anfiteatros. En nuestro país, y como apunta el historiador Fernando de Olagüer-Feliu y Alonso en su trabajo La reja arquitectónica medieval en España. Su implantación, desarrollo, simbolismos y tipologías, existe una reja procedente del anfiteatro de Itálica que se conserva en el Museo Arqueológico de Sevilla y que es considerada como la "decana" de las rejas españolas. Las más comunes son aquellas que cierran los vanos de ventanas para impedir el paso de aves y otros “intrusos”, y las que se instalan en ábsides y capillas para proteger el acceso a reliquias u otros objetos de valor. La custodia de reliquias de santos fue primordial en los templos que constituían lugares de peregrinación, que a su vez podían ser parte de rutas jacobeas. Es el espectacular caso de Conques, que contenía las reliquias de Santa Fe, y en cuya reja se pueden observar todavía las defensas disuasorias añadidas, en forma apéndice saliente, contra los posibles "escaladores". Jaca, en la época de Sancho Ramírez, albergaba las reliquias de Santa Orosia, y las de los mártires Vicente, Sabina y Cristeta eran custodiadas por la reja de San Vicente de Ávila. Esta última conserva aún las ruedecillas que facilitarían su desplazamiento. También existen algunos restos de los anclajes en el muro que sujetaban estas rejas, por ejemplo en la iglesia del monasterio de Sant Llorenç de Sous. A esta función meramente protectora hay que añadir la estética y, en su caso, la simbólica.
En cuanto a su realización, un elemento definitorio de la reja románica consiste en la unión de todos los conjuntos de espirales que forman una unidad decorativa (compuesta de una o varias varillas) mediante grapas o presillas a los montantes, en lugar de utilizarse la soldadura. Entre los motivos decorativos de las varillas principales, el más antiguo es el del róleo simple, y el más frecuente es el de “ces” (róleos dispuestos en sentido inverso) sencillas o afrontadas, con o sin decoración entre ellas; las varillas secundarias o de “acompañamiento” (L. Barrado) pueden también constituir motivos en forma de “ese”, el cual a su vez puede dar lugar a una forma de corazón invertido. Por último destacar que algunas de estas varillas son finalizadas con formas vegetales, hojas o flores (como en el caso de San Vicente en Ávila o en Jaca), e incluso de cabeza humana o zoomorfa (Iguacel). Además, y al igual que en el caso de los herrajes de puertas, todas estas creaciones irían pintadas para protegerlas de la corrosión y aumentar el efecto estético.
La doctora Llüisa Amenós supone que casi todas las iglesias románicas debían de disponer, en origen, de rejas de hierro para el cierre de espacios como el Altar Mayor, el coro y las diversas capillas laterales, pero muchas de ellas desaparecerían durante el periodo gótico, vendidas o reutilizadas.
La utilización de rejas se observa en todo el territorio cristiano hispano, siendo buenos ejemplos, por su elaboración y estado de conservación las que cerraban los ábsides de la Catedral de Jaca y de San María de Iguacel en Aragón, San Vicente en Ávila, la Catedral de Pamplona, y Santa María de Melide, y en cuanto a ventanas destacar las de la Catedral Vieja de Salamanca, la de San Cipriano y Santiago del Burgo en Zamora, Santa María del Mercado o San Isidoro en León, o Mansilla de la Sierra en La Rioja. |
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- herrajes de puertas y arcones: su función primordial es la protección y sostén de la madera, al asegurar los distintos panales de los que suelen estar compuestas, y también aumentar su resistencia frente al fuego. Generalmente estas planchas de hierro son de una sola pieza, y en un número que suele variar de 4 a 6 por puerta.
Nuevamente es inseparable la función decorativa, que se consigue también mediante el retorcimiento de las barras para conseguir atractivos efectos visuales, espirales en su mayoría, y que también pueden finalizar en motivos de tipo zoomórfico. En cuanto a la simbología, aparte del significado que en sí mismo encierra la puerta (Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. SJ, X, 10), reforzada en este caso por el hierro, las formas circulares pueden hacer referencia al agua (bautismal) o a lo infinito-celeste, según distintas opiniones.
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Aunque se encuentran algunos ejemplares dispersos en otras provincias, es Cataluña donde se da una concentración más elevada de este producto de la forja. Julianna Lees, en un trabajo titulado Metalwork in Medieval Churches, hace una comparativa de las puertas de los templos del Rosellón y de Catalunya, las cuales comparten una serie de características, en especial el detalle de los herrajes. Dado que en época románica ambas constituían un continuum territorial, tanto por su lengua como por su cultura, la presencia de minas de hierro y la abundancia de madera que proporcionaban los bosques del Pirineo fueron causas para que la forja del hierro tuviese tanta importancia en ellas.
Igualmente, Juan Antonio Bertrán observa en su obra La Cerdaña de siempre, que casi todas las iglesias ceretanas han tenido desde finales del siglo XII ornamentos de forja en sus puertas. El hierro se explotaba abundantemente en esta región y prueba del buen hacer de sus herreros son los ejemplos de Sant Marcel de Bor, Sant Esteve de Llanars, Sant Genís de Montellà, Santa María de Talló o Santa Coloma de Ger.
Un trabajo exhaustivo y muy documentado, realizado por la doctora Lluïsa Amenós (Les portes ferrades romàniques al sud del Pirineu català), que tiene su origen en los realizados por el Grup De Recerca D’arquelogía medieval i post-medieval de la Universitat de Barcelona, consigue clasificar en cinco grupos, de acuerdo a su iconografía, morfología y análisis comparativo, las puertas con herrajes románicos del Pirineo Catalán; como ejemplo ilustrativo de este magnífico estudio, el grupo A1 se caracteriza por un tallo terminado en cabeza de dragón o de serpiente, del que parten barras en forma de espiral y que, a su vez, finalizan una cabeza de ave (Sant Esteve de Ramells, Santa María de Yuca y Santa Maria de Covet), o el grupo A2, donde un tallo horizontal es atravesado por otro más corto; uno y otro acabar en una cabeza de ave muy similar a las anteriores, y entre ellas se coloca un motivo de róleos frecuente en rejería (Santa María de Borredà, Sant Pere de Montgrony, Sant Cristòfol de Toses y Sant Esteve de Llanars). |
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Pero en estas puertas no solo son destacables los herrajes. Como ha hecho notar Xavier Díaz Carpi en sus investigaciones, tanto los clavos, como las aldabas o los tiradores, encierran un valor estético y simbólico comparable con otras muestras artísticas de la época: Aldabas, aros de agarre, incluso clavos suelen ser a menudo una representación del trabajo del artista en un lugar publico, con lo que se suele buscar también el lucimiento del artesano. Y si además se supone creyente y buen cristiano, un acto de fe y homenaje. En cuanto los tiradores, son destacables las de Sant Sadurní de Montoriol d"Avall o las de Santa Maria de Covet
- los cerrojos, aunque pertenecen por su ubicación a las puertas, merecen un estudio aparte. Los identificados como de época románica constan de un pasador tubular o poliédrico unido perpendicularmente a una manecilla de hierro plana, y se une a la madera por unas anillas. Se encuentran en las comarcas de la Ribagorça, Ripollés, l"Empordà, Garrotxa y Pla de l"Estany. El único cerrojo con firma, aunque se duda si la misma es del autor o del que encargó el trabajo, pertenece a la puerta de Santa Maria de Serrallonga: "++BER ( NARDUS): FABER VELIM:ME FECIT; en este cerrojo también se labra un crismón. En cuanto a la iconografía más frecuente que presentan los cerrojos catalanes, L. Amenós los clasifica en dos tipos: |
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a. cabezas de equinos y de perros: Sant Llorenç d"Oix, Sant Feliu de Rocabruna, Sant Martí de Maçanet de Cabrenys;
b. cabezas de reptil: Santa Anna d"Argelaguer, Sant Pere de Navata, Sant Sadurní de Vilavenut, Sant Martí d"Ollers, Santa Maria d"Orfes, o Sant Andreu de Terri. Estas figuras se asocian a la representación de dragones (también serpientes, aunque recordemos que en el Apocalipsis se llama al dragón la "serpiente antigua"), símbolo utilizado desde la antigüedad y que pudiera asociarse en este caso más con el que le otorgaban griegos y romanos de protector de los lugares sagrados que con las cualidades negativa que le atribuye el cristianismo. Dentro del pensamiento neoplatónico -como sabemos, crucial en el románico-, como el que define a Honorio de Autún, el dragón en la puerta (cerrada para los enemigos y abierta para los amigos) tiene esta tarea de protector (Gemma Animae). Función que se ve potenciada por la presencia de un crismón en algunos de estos cerrojos. En el caso de la Nativitat de Durro, el simbolismo de la puerta no se representa en el pasador, sino en la placa donde se inserta la llave, cuyo ojo de la cerradura coincide con la entrada a un supuesto templo. Igualmente, la constante presencia de la espiral como elemento decorativo, y como referencia a lo infinito y lo celeste, contribuiría a esta simbología. |
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- instrumentos de iluminación: los candeleros, que solían ubicarse en los altares, con pies en forma de trípode y un vástago cilíndrico o prismático que acaba en punta, donde se insertaba el hachón; los antorcheros, situados en las entradas del templo y con forma de cesto, para albergar madera resinada; los candelabros, que iluminaban naves y crucero, y cuyo fuste acabado en punta puede llevar una o varias velas; las coronas de luz, aros sujetos a la techumbre mediante cadenas o cuerdas, en los que ardía aceite o candelas. En los museos MNAC de Barcelona, Episcopal de Vic, Diocesano de Solsona y Cau Ferrat de Sitges se encuentran piezas originales de estos artilugios, algunos decorados con róleos.
- incensarios, normalmente con forma esférica y calada para la entrada de aire y salida del humo.
- braseros, cuadrangulares y en forma de caja cuyas paredes pueden estar decoradas con motivos circulares similares a la rejas y herrajes, y generalmente sostenidos por un bastidor con elementos para su desplazamiento (ruedas o anillas para ser transportados). Existen ejemplares en el Museo Diocesano de la Seu d’Urgell, el del Cau Ferrat, el Maricel de Sitges, el Arqueológico de Madrid, el Episcopal de Vic, y en la Catedral de Lleida.
-otros: atriles (soportes para libros litúrgicos, que sustituyeron a los anteriores de madera), campanas (Museo Episcopal de Vic), cruces (Museo Diocesano de Lleida), cofres (que eran de madera pero podían reforzarse con herrajes pintados), llaves (aparecen en dibujos de manuscritos y en escenas de escultura en piedra, pero no se tiene certeza de que las que pocas que existen hoy en día realizadas en hierro sean de época románica).
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3. Influencias estilísticas y concomitancias
En el tema de la forja artística en el período románico partimos de un importante hándicap: tanto la naturaleza misma del material, degradable por las influencias ambientales (aire y humedad), como el haber sido objeto en muchos casos de refundiciones o arreglos para adaptarlo a un nuevo marco arquitectónico, junto con la falta de documentación respecto a la datación de muchas obras o la de trabajos específicos sobre el tema, constituyen problemas para un estudio científico serio. Por poner un ejemplo, se tiene constancia de que, de todos los herrajes de puertas en iglesias románicas del pirineo y pre-pirineo catalán, tan sólo un tercio es atribuible a ésta época.
Hasta ahora la datación de muchas piezas se ha basado en la cronología del templo al que pertenecen. En este aspecto son fundamentales los trabajos de Marie-Nöel Delaine quien, partiendo del análisis formal, enumeró los principios que deberían regir los estudios científicos sobre el tema: una catalogación exhaustiva de las piezas, el análisis de las técnicas utilizadas y el de los motivos decorativos presentes en ellas. Este método fue el seguido por Lourdes Diego Barrado en sus investigaciones sobre la forja artística en España, especialmente en Aragón, y son sus conclusiones sobre las posibles fuentes de inspiración en que podía beber el arte del hierro una de las bases para el presente trabajo.
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Aunque las opiniones de los expertos, como la citada investigadora francesa o los italianos U. Zimelli y G Vergerio se decanten por una influencia esencialmente francesa en el arte de la forja peninsular, D. Barrado duda de esta afirmación, basándose, primeramente, en De Artiñano (Hierros antiguos españoles) y su defensa de la identidad del arte autóctono, al igual que en su lógica teoría de la adaptación a los medios (la barra forjada al yunque) y a los espacios disponibles; y en segundo lugar, aportando ejemplos pertenecientes a movimientos artísticos anteriores al románico en nuestro país, en los que ya se observan motivos decorativos utilizados en la rejería de éste período.
Es el caso de los motivos de róleos que se observan en el arte visigodo decorando sus capiteles, o las celosías que presentan algunos templos prerrománicos, en los que de una especie de vara central surgen elementos circulares que se enrollan y se disponen de forma similar a como lo harán en las rejas románicas.
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En el siglo XI esta decoración a base de espirales y de formas circulares, que en ocasiones es calificada como “vegetal”, y que tiene su origen en el arte clásico, se encuentra acompañando a otras iconografías en arquivoltas y capiteles o, de forma monotemática, en pilas bautismales (recordemos la hipótesis del róleo como símbolo del agua); existen incluso casos en que estos motivos se encuentran esculpidos en los sillares de algunos templos, de forma aislada (Santa Eulalia d"Unha).
En la pintura románica también este tipo de decoración se encuentra formando parte de muchas creaciones, en textiles (tapiz de Bayeux), orfebrería (patena de Santo Domingo de Silos) y sobre todo en los manuscritos iluminados. Especialmente las decoraciones en las letras capitales, en las cuales abundan los motivos zoomorfos mezclados con espirales y elementos similares. Ya en época prerrománica, un ejemplo notable lo constituye el Libro de Lindisfarne. Asimismo, y como constata el citado trabajo de la doctora L. Amenós, los testimonios de puertas con herrajes se dan ya en la época carolingia (salterio de Utrecht, primera Biblia de Carlos el Calvo, códex Reg. Lat. 263 de la Biblioteca Apostólica). Los herrajes de la puerta de Notre-Dame en París también parecen basarse en este tipo de decoración presente en manuscritos centroeuropeos medievales, y especialmente la unión de cabezas de aves con espirales recuerda, aunque de un modo menos elaborado, a las ya vistas en el grupo A1 de los templos catalanes.
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Ya en época románica, representaciones escultóricas que incluyen elementos relacionados con estas puertas se encuentran en lugares como el claustro de la Seu d’Elna (escena del Quo Vadis, puertas de Damasco y de Roma), el claustro de la catedral de Girona (Anastasis), tímpano de Sainte Foy de Conques, un capitel de Sant Sernín de Toulouse (hoy día en el Museo de los Agustinos), el sepulcro de Doña Blanca de Navarra (Monasterio de Santa María la Real de Nájera), etc. Igualmente la pintura ofrece algunos detalles, más esquemáticos, como el que se encuentra en el arco triunfal del ábside central de Sant Climent de Taüll (escena de Lázaro y Epulón), o en el ábside central de la iglesia de Santa Maria de Barberà del Vallès (escena de la Visitación). En los Beatos conviven este tipo de puertas (Saint Sever) con las de inspiración árabe, claveteadas.
En definitiva, y teniendo en cuenta también los detalles decorativos compartidos con la escultura y la pintura, es lógico pensar en una influencia mutua entre las distintas artes que se desarrollan en el período románico. Como dice L. Diego Barrado, El maestro rejero era, antes que herrero, artista, así como eran artistas el arquitecto, el escultor o el pintor. Y en tanto que artistas, los unos aprendían de los otros y en muchas ocasiones las capacidades de éstos excedían a las de sus propios oficios.
© 2010 - Divina Colell, Xavier Díaz y Raimundo Escámez |
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Bibliografía
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