Damos un segundo un saltico para atrás en el tiempo para recordar unas cosinas de Virgilio y luego volvemos a la Edad Media ^^.
Cuenta Virgilio en la
Eneida que en Cumas, cerca de Nápoles, se econtraba el templo de la Sibila, una profetisa que gozó de gran prestigio en mundo romano. El culto de las Sibilas surgió hacia el siglo VII a.C. en Grecia y desde allí se trasladó a Italia. Había varias Sibilas pero la más famosa era la cumana y sus Libros Sibilinos, en los que había predicho cuanto percance acaecería a los romanos. Según Virgilio, esta Sibila habitaba en lo más profundo de
una gruta laberíntica con cien anchos corredores excavados en la roca, por los que retronaban sus profecías:
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Y la Sibila llama a los troyanos al templo de la cumbre. El flanco ingente de la roca eubea está excavado en forma de caverna, a la que dan cien anchos corredores, cien bocas, de donde otras cien voces salen con sus respuestas sibilinas.
Y esta gruta de la Sibila
era el antesala del Infierno, al que desciende Eneas en el canto VI de la
Eneida.Volvemos a la Edad Media.
Antes de que los laberintos se popularizaran en las iglesias de Italia y Francia, hacia el siglo XIII, ya encontramos varios ejemplos en diversos códices.
En uno de estos pergaminos, una copia de la Historia eclesiástica de Cassiodoro, datado hacia el siglo XII, se muestra un laberinto circular en cuyo centro aparece Teseo luchando contra el Diablo; y si el Minotauro se ha convertido en Satanás, por oposición, Teseo simboliza a Jesús y, por contexto, el laberinto al Infierno.
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Copia manuscrita de la Historia eclesiástica de Cassiodoro (monasterio de Admont, siglo XII). Monasterio benedictino de Admont, Stiftsbibliothek. Cod. 89, fol. 1v.No es un caso excepcional. Entre los distintos significados que adquirió el laberinto medieval destaca la laberintización del Infierno. Resulta complicado reconstruir cómo nació esta metáfora, pues no se ha conservado ninguna representación del laberinto de los siglos VI al VIII, pero podemos imaginarlo gracias a otro códice. En una copia de la Cronología Magna de Paolino Veneto, junto a un desdibujado laberinto, el copista añadió una frase explicativa:
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Laberinto del Minotauro construido por Dédalo. Mide 123 pasos. El que está dibujado aquí solo debe servir de ejemplo; de hecho, se dice que tenía cien puertas.
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Como ya sabemos, el único laberinto con cien puertas es el que describió Virgilio cuando hablaba del antro de la Sibila, antesala del Infierno. Otro códice confirma esta sospecha. Se copió en el siglo XI en la iglesia de Frisinga (Alemania) y reproduce los comentarios del gramático romano Servio a la
Eneida. En un folio donde aparece un laberinto casi borrado por el tiempo, el copista añadió:
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Mira, aquí el Minotauro devora a todos los que el laberinto encierra. Esto significa el Infierno, ese el Diablo.
Por si quedaran dudas, alguien añadió una poesía siguiendo las paredes del laberinto.
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La poesía del laberinto está dirigida a los pueri, y por lo tanto se usaba en la escuela. En ella el mundo viene equiparado al laberinto, dominado por el Diablo (Zabulus), que tiene encerrados a los ciudadanos del mundo para devorarlos hasta que Teseo/Cristo consigue llegar hasta él y lo derrota con la ayuda de Dios.
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Copia manuscrita de la Eneida comentada por Servio. (Catedral de Frisinga, siglo XI). Bayerische Staatsbibliothek, Mónaco. Clm 6394, fol. 164 v.Aunque ya casi podemos reconstruir cómo se transformó el laberinto en un infierno, nos falta recordar en quién se había convertido Virgilio pasados los primeros siglos del medioevo. Cuando cayó el imperio romano, la Iglesia oficialmente condenó y despreció por paganos a los antiguos autores clásicos. Sin embargo, no podían relegarlos por completo porque representaban todo el saber de la época y, lo que aún resultaba más importante, sin ellos no podían aprender la lengua de la liturgia y de la propia Iglesia: el latín. Y decir latín es decir Virgilio, el autor más reconocido desde tiempos romanos.
Así, a pesar de las consignas oficiales, se siguió leyendo a los clásicos, y los eclesiásticos más sensibles al arte literario se rindieron ante la belleza y profundidad de aquellos textos. En un pionero ensayo de 1866, el filólogo Domenico Comparetti recogía una anécdota sintomática de esta tensión entre la postura oficial y la pasión que despertaba Virgilio:
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Este fanatismo, llevado al exceso, se nos presenta con ciertas características de leyenda. Un escritor de siglo XI nos cuenta que: «En Rávena, Vilgardo estudiaba gramática con gran intensidad, tal y como suelen hacer los italianos, descuidando todo lo demás. Había empezado a enorgullecerse como un necio por su saber, cuando una noche se le aparecieron los demonios con la forma de los poetas Virgilio, Horacio y Juvenal; y estos demonios le agradecieron con palabras falaces el estudio que hacía de sus textos y le prometieron hacerle partícipe de su gloria. Así, depravado por estas malas artes, empezó a enseñar muchas cosas contrarias a la Fe y a decir que debía creerse ciegamente en las palabras de los poetas. Al final, fue declarado hereje y condenado por el arzobispo Pietro».
Para resolver esta contradicción, dieron con una ingeniosa solución. Si no podemos ni queremos abandonar a los clásicos, convirtámoslos en cristianos, basta con pensar que tras sus textos paganos se esconden, a modo de metáforas y alegorías, los principios del cristianismo. Y entonces descubrieron que Virgilio había anticipado nada más ni nada menos que el nacimiento de Jesús.
En la cuarta
Bucólica (c. 40 a.C.), Virgilio describe la llegada de una nueva era profetizada por la Sibila de Cumas con pasajes tan significativos para un clérigo medieval como este:
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La última edad del vaticino de Cumas es ya llegada; una gran sucesión de siglos nace de nuevo. Vuelve ya también la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; una nueva descendencia baja ya de lo alto de los cielos. Tú, casta Lucina, sé propicia al niño que ahora nace, con él la raza de hierro dejará de serlo al punto y por todo el mundo surgirá una raza de oro.
Daba igual que, en realidad, la Virgen fuera la diosa de la justicia, Temis, o su hija Astrea, el niño algún hijo de un ilustre personaje romano y la nueva edad de oro hiciera referencia a la extendida creencia grecolatina de que la humanidad ha pasado por diversas generaciones a cada cual más envilecida hasta llegar a la actual. Virgilio se convirtió en una autoridad incuestionable, casi un santo (valgan como ejemplo su inclusión entre las pinturas de los patriarcas que decoran el coro de la catedral de Zamora o las Sibilas de la Capilla Sixtina).
Por lo tanto, como San Virgilio había laberintizado el reino de los muertos, el Infierno, todo el mito de Teseo y el Minotauro podía, debía, interpretarse como una alegoría de la lucha de Jesús contra Satanás; una imagen que, además, se ajustaba a la acepción del laberinto como confusión, enredo, herejía y pecado.
¿Aún hay alguien ahí después del toxo-post? jajajaja... Bueno, pues ya casi estamos en Chartres. Me tomo un cafetico y llegamos.