Hola a todos
¿Os apetece que dialoguemos acerca de las imágenes plásticas que se esculpieron en las iconografías de los sarcófagos románicos?
Para abrir el tema, me gustaría empezar con la imagen con la que se esculpió el alma del muerto porque, como otras veces ya hemos comentado, siempre me ha llamado la atención la manera cómo se representan plásticamente los cuerpos espirituales de los fallecidos.
Para intentar apartarme de la interpretación actual del género gramatical como sustantivo que tiene la palabra “ALMA” en castellano (masculino), me detendré en esta primera entrada en dos ejemplos de sarcófagos románicos pertenecientes a dos mujeres: la condesa Doña Sancha y la reina Doña Blanca de Navarra. Primero, unas magníficas fotografías del tema iconográfico que queremos comentar:
El primero pertenece al sarcófago de la condesa Doña Sancha, en Jaca.
El segundo, al sarcófago de la reina Doña Blanca de Navarra, en Nájera.
En el caso del sarcófago de Doña Sancha, se produce la representación iconográfica de la elevación de su alma sin hacer alusión plástica a su muerte. Dos ángeles elevan el alma de Doña Sancha dentro de una mandorla que viene enmarcada por dos columnas con sendos capiteles vegetales sobre los que reposan dos águilas.
El alma de Doña Sancha se representa como una forma humana asexuada en edad, cuanto menos, juvenil.
Según las fuentes historiográficas consultadas, este sarcófago se debe datar en torno a 1120-1125.
Ahora, pasemos al sarcófago de Doña Blanca de Navarra. En este caso, sí que se produce la representación plástica del momento de la muerte. La reina se representa muerta, con una gran serenidad e incluso indicios de alegría. Dos ángeles cogen su alma en un lienzo en el momento del inicio de su “Elevatio Animae”. Ya no hay mandorla como en el caso de Doña Sancha. pues el alma de Doña Blanca de Navarra se representa como un niño. Pero, eso no es todo; ya que, todavía, existe una diferencia más notable: la escena del tránsito del alma de Doña Blanca está enmarcada no en dos columnas, sino entre dos árboles en uno de los cuales (el de la izquierda del espectador) puede apreciarse perfectamente la serpiente. Es decir, nos encontramos ante la representación simbólica de los dos árboles que para algunos teólogos neoplatónicos significaban el Paraíso: el Todo árbol, el Árbol de la Vida (Cristo) y el Mezclado árbol, el Árbol del conocimiento del bien y del mal (el de la serpiente).
Mientras el redactor teológico de la imagen del sarcófago de la condesa Doña Sancha representa su alma a la manera de la teología de San Agustín; el redactor teológico del sarcófago de la reina Doña Blanca de Navarra lo está haciendo a la manera de la teología de Juan Escoto Eriúgena. Por cierto, el sarcófago de Doña Blanca de Navarra está fechado entre los años 1156 y 1158.
Nos encontramos ante dos sarcófagos ideados por teólogos redactores que conocían que no es lo mismo representar el alma como una forma humana asexuada juvenil que como un niño; pues, entre otros, podrían haber leído lecciones teológicas como las siguientes:
¿Cómo podían representar en imágenes el alma que resucita hacia el Paraíso? Juan Escoto Eriúgena en su Periphyseon recoge tres propuestas acerca de la resurrección y también nos da la visión de dos árboles como el símbolo del Paraíso:
1.La primera, la de aquellos que creen que todo hombre resucitará en la forma de la edad en la que lo hizo el Cristo histórico:
“En efecto, piensan que estas palabras han sido dichas de la perfecta estatura del cuerpo de Cristo a los treinta años de edad (sic) en la carne e intentan afirmar asegurando que todos los hombres resucitarán en esta estatura y edad corporal, ya se separen de sus cuerpos los que han nacido antes de tiempo, los ya entrados en años, o en cualquiera incrementos o disminuciones corpóreas.”
2.La segunda, la idea de San Agustín, muy similar a esta primera, en un cuerpo juvenil:
“Por otra parte, sobre la resurrección de los cuerpos humanos, el bienaventurado Agustín, en los libros De civitate Dei, afirma sin titubeos que cada uno resucitará en esta estatura y dimensión que llegó en el perfecto aumento de su cuerpo en la edad juvenil, o a la que llegaría si la muerte no se hubiese anticipado, o a la que dejó atrás habiendo muerto en medio de los defectos o achaques seniles.”
3.La tercera, basada en su propio pensamiento, el de Eriúgena; una idea, que siguiendo los postulados de Gregorio, Ambrosio y Máximo, se presenta como más radical y diferente, pues de ella desaparecen los conceptos de forma material y tiempo
“En cambio, hemos repetido con insistencia que el beato Gregorio, el Teólogo, también S. Ambrosio y sobre todo Máximo, el venerable maestro, han probado con argumentos ciertos que los cuerpos inmortales y espirituales no están circunscritos por los rasgos de las formas, ni por las cualidades, ni por las cantidades o dimensiones, debido a su inefable unión con los espíritus no circunscritos y debido a su indivisible simplicidad. Con todo, nosotros conocemos la causa del error de quienes dogmatizan que todos los cuerpos humanos resucitarán en la estatura del cuerpo del Señor.”
Sobre los dos árboles representados en el sarcófago de Doña Blanca de Navarra:
“En el mismo Paraíso, el citado Teólogo, el gran Gregorio expone que hay dos árboles, de los que uno –como él dice- tiene el nombre de “Todo” y el nombre del otro es “Mezclado”.... Por tanto, ninguno de los que siguen la doctrina del citado Teólogo piense que en el Edén hay muchos árboles de diversas formas y frutos diversos como si fuera una selva copiosa, plantada de multitud de árboles, sino que sólo había dos: "Todo" y, el otro, "Mezclado".
En el románico, nos hemos acostumbrado a hablar de los maestros escultores porque hemos encontrado algunos “me fecit” e, incluso, hemos ido más lejos poniéndoles nombres por aproximación, como Segundo maestro de Silos. Sin embargo, nos hemos olvidado de nombrar y, en muchos estudios, hasta de hablar de los verdaderos artífices de estas imágenes: los teólogos redactores de los programas iconográficos.
A pesar de este olvido histórico, ellos nos siguen hablando de forma clara en las piedras.
Un abrazo a tod@s